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La tragedia de la Chinchilla

 

Relato de la vida real

 

ELABORADO POR: SEBASTIÁN VÁRELA

 

AÑO 2005

 

Introducción

 

Octubre dos del año dos mil cinco, realizar un viaje desde Capellades hasta Cartago en autobús se tarda aproximadamente cuarenta minutos por una muy moderna carretera y es tan común hacerlo que ni siquiera lo notamos o damos importancia.

 

Pero en el año mil novecientos cincuenta y uno del recién pasado siglo, era cansado y tedioso, además que no todas las personas podían realizarlo.

 

El camino de entonces fue abierto a pico y pala y se le conoce como "Carretera Fuentes" y para la época que mencionamos, tenía trechos peligrosos y difíciles con la antigua Cuesta de la chinchilla, entre San Rafael de Oreamuno y el Cruce de Cot.

 

La vida para los habitantes de estos pueblos era muy difícil, más que recién había pasado la "Revolución del Cuarenta y ocho" y en estas fechas se vivían sus odiosas consecuencias, que repercutían en la economía de todos.

 

La producción agrícola y ganadera era muy era muy baja comparada con la de hoy, los principales productos eran maíz, granadillas, papas, frijoles cubaces verdes, además de leche, queso y huevos.

 

Los medios de transporte también eran limitados y se tenía a disposición "autobuses" llamados "casadoras" y que además de llevar pasajeros, transportaban la mercadería que llevaban los viajeros en un compartimiento independiente en la parte trasera del área de pasajeros, que era cerrada con una compuerta con la de un camión.  La carrocería de esta "casadora" era de madera pintada con uno o dos alegres colores.  Los pueblos desde Paso Ancho de Oreamuno hasta Capellades de Alvarado utilizaban este servicio dos veces al día y aprovechado al máximo por todos los vecinos que podían hacerlo.  El viaje duraba hora y media o más dependiendo del clima y del camino.

 

El siguiente relato describe un acontecimiento de la vida real y relata el viaje de "la casadora de "Papo Brenes" y sus pasajeros, para muchos de ellos fue el último viaje y el viaje de la muerte.

 

Los lugares y personajes son reales y este relato es un HOMENAJE POSTUMO para todos ellos.

 

Es la mañana del jueves tres de mayo del año mil novecientos cincuenta y uno, el sol comenzaba a calentar y a evaporar las gotas de rocío de la noche anterior.  Y mientras tanto en los Bajos de Abarca en una humilde casita:

 

-        Si me alcanzan los reales te traigo un corte para que te hagas un vestido

 

-        Sí, ya horita son las Fiestas del Corazón de Jesús

 

Comentaba Pablito Abarca con su esposa; en la parte de atrás, cerca de un guayabo, estaba lista la yegua negra con tres jabas de zapallo que llevaría hasta Capellades para cargarlos en la casadera que viajaba a Cartago.  Otros lugareños como Beto Garita se preparaban para ir a vender y comprar la mercadería que todos los jueves que en Cartago era día de plaza para los productos agrícolas y ganaderos.

 

La mañana aún era fresca y el sol se encontraba sobre la cresta de la montaña Lara de la Finca de Lindo; día hermoso, como es característico en los días de mayo en las zonas altas de Cartago.  Eran las cinco y cuarenta de la mañana y otros pasajeros se apostaban bajo el alero de la casadera de Carlos Brenes a quién cariñosamente en su natal San Rafael y en donde lo conocían le llamaban Papo, entre los pasajeros podemos mencionar a Carlos Montenegro, Víctor Méndez, Juan Masís quién recién llegaba con dos sacos de gangoche bien cerrados, y en los que parecía transportar garrafas de vidrio, algo normal para aquellos años.  También se encontraba Antonio Cisneros Coto quién trabajaba como aposta (mensajero) de correo y cuando no tenía que bajar a la estación del tren en Santiago de Paraíso viajaba a Cartago, pero los jueves era común ir a la oficina en Cartago a recoger la correspondencia.

 

Juan Masís se acomoda el sombrero mira hacia la escuela y dice:

 

-        Allá vienen Raquel Rodríguez, en compañía de Antonio Jiménez y sus inseparables valijas.

 

Antonio era vendedor de cuanto cosa se necesitaba en una casa, agujas, botones, hilos, remedios, ácido bórico, entre otros, y nunca le faltaba la muy famosa pomada canaria que según decía era buena para todo.

 

-¿Buenos días, cómo les va?

 

-Gracias a Dios bien; responden a los recién llegados

 

-Diay Carlos no me quisiste vender la vaquilla y como me precisa voy a ir a la plaza de ganado a ver que me consigo.  Le comentó Raquel Rodríguez a Carlos Montenegro.

 

-Tal vez más adelante, es que esa vaquilla me duele venderla, dice Carlos Montenegro

 

Y al momento como tema caso obligatorio en el campo, se habla del clima y como les está afectando.

 

-Ojalá no nos maltrate tanto como el año pasado, dice Toño Drenes quién terminaba de acomodar su mercadería, 3 jabas que contenían huevos, granadillas y zapallos, que iban envueltos en pasto y hoja de "pata" para que no se "mallugaran"

 

-Diay sí, tenemos que aceptarlo como lo mande Tatita Dios; dice don Raquel.

 

"Ya es tardillo y no viene la casadora, dice Chano Ramírez, quién no soltaba el saco donde llevaba unos deliciosos quesos, que como decía solo él sabía hacerlos.

 

-Puñeteros, seguro pasaron donde Chico Gutiérrez a tomarse un cafecito

 

-Allá viene la casadera, dice Pablito Abarca

 

-"Jue..." ¿qué dicha que es Papo?  Dice Juan Masís

 

-No sea malcriado, le responde Víctor Méndez, con cierta risa, a lo que los demás secundan.

 

-Nombre muchachos, es que ese chunche es bien grande y cabe toda la carga que llevamos todos.

 

La casadora da vuelta en la esquina con mucho cuidado.  Dele, dele le grita Chico a Papo Brenes, mientras se acomodaba por la puerta para avisarle que no se aproximara al hueco que había al lado y que desde hace mucho tiempo llamaban "La pila de Ñor Primo" y era nada más que una naciente de agua que cada día se hacia más grande.  Finalmente se parquea la casadora

 

Papo: Chico sóquele, abra la compuerta y acomode ese montón de carga. ¿Toño lleva gallinas hoy?

 

Chico: Sí

 

Papo: Bueno, acomoden esa jaba encima de todas.

 

Y proceden a cargar, primero la jaba con los zapallos y granadillas, después los sacos y las alforjas.

 

¡Esos tres puchos de frijolitos chilenos son míos!  Decía don Beto Garita, a la vez que acomodaba uno cerca de las jabas.

 

Papo: ¿Chico?

 

Chico: Sí, señor

 

Papo: Trate de guardar campo, acordate que vimos a don Abraham Duran bajando tres sacos de maíz del aparejo de su caballo, y también en Pacayas hay que echar más sacos.

 

-"Pucha" claro que queda lugar, responde Toño Cisneros quién conocía bien el teje y maneje de las encomiendas puesto que todos las semanas realizaba este viaje y para esa época, recién pasada la revolución del cuarenta y ocho el correo y de las encomiendas aumentó muchísimo, pues todos querían sabes de sus familiares y amigos que vivían en otros lugares.

 

-Papo: ¡Chico!, cobre lo del flete en Cartago, cada saco paga veinte centavos.  Ya se está haciendo tarde

 

-Chico: Está bien, ya esta todo listo

 

-Papo: Asegura esa carajada bien, para que no se caiga nada.

 

Suban dice Papo con cierta preocupación, pues piensa en la carga y la cantidad de pasajeros que debe acomodar en su anaranjada casadora.

 

Don Beto se sienta en los asientos de atrás y a la par se acomoda don Carlos Montenegro

 

-Venga, don Raquel, aquí hay un lugarcito, dice don Juan Masís y se acomodan juntos detrás del asiento del chofer.

 

Chico ya a terminado el cuento de la compuerta y del acomodo y conversa con don Ramón Ramírez, quién ese día no pudo viajar y le encomendó algo para su negocio.

 

Suben Pablito Abarco y Antonio Cisneros, se ubican al lado derecho entre los primeros lugares.

 

-Don Víctor ¿cómo están por su casa?, pregunta Gilberto Obando

 

-Gracias a Tatita Dios bien, solo Elvira con un resfriado, es que salió calurosa a meter la ropa y se mojó un poquillo con el aguacerillo. ¡Benditos cambios de clima!

 

Se escucha el motor y Papo da marcha rumbo a Cartago, algunos pasajeros se santiguan y la casadora comienza a bajar a la Ortiga, es en este lugar donde se encuentran don Abraham Duran, su hermana Amalia y don Carlos Ramírez.

 

Chico y Gilberto Obando se apresuran a abrir la compuerta para acomodar los sacos de maíz amarillo de don Abraham, más dos sacos de tiernos y deliciosos cubaces que traía Carlos Ramírez, ellos bajaron en sus bestias desde Buena Vista por la cuesta de la Mosqueta, lugar donde hace algunos años el Padre Bruno Cásasela construyó un Oratorio en su finca y celebraba la Santa Misa los domingos.

 

Papo sacó del bolsillo del pantalón un dorado reloj y dice: Soquemos, ya es tardillo y de aquí a Pacayas nos quedan la cuesta del Birris y la de la Perinola que son bien duras.  Los que alcanzan escuchar, dan un gesto de afirmación y el viaje continúa.

 

Después de vencer el tramo desde Capellades llegan al "bajo" de Pacayas y es allí, frente a la pulpería de los Martínez donde esperan otros pasajeros, entre los que se encontraban: don Nautilio Fernández, quién viajaba con regularidad a Cartago a vender maíz y a comprar el "diario".  También se encontraban Juan Gutiérrez y Pomaditas Aguilar.

 

-Juancito, ayúdame a acomodar estos saquillos.

 

-Claro, Chico, aquí hay fuerza

 

Don Juan Gutiérrez un tanto preocupado, mira hacia el reloj de la Iglesia y dice a los demás: "Son casi las siete de la mañana "soquemos" pues en Cartago se debe aprovechar al máximo el tiempo y el asunto de las ventas lleva su ratillo".

 

La casadora sale de Pacayas y al pasar por las vueltas del Presidio la carrocería de madera traquea un poco por el peso.

 

-Va bien cargada hoy, pues las cosechas están buenas

 

-Si, gracias a Dios.  Por dicha cuando regresemos en la tarde viene con menos carga, pues esa cuesta de la Chinchilla es bien pesada y casi desde San Rafael hasta el Cruce de Cot hay que primeriar y si se le echa esta cantidad de carga que llevamos ni se movería.  Dice Papo.

 

Algunos comienzan a preparar el pasaje, pues Chico ya viene cobrando.  Don Víctor Méndez saca un pañuelo colorado, desata el nudo para poder sacar veinte centavos en monedas de cinco céntimos, lo amarra nuevamente y lo guarda.  En Cartago arreglamos lo del flete dice Chico a los que le alcanzaban escuchar pues la forma de hablar es baja y un tanto dulce y entre el ruido del motor y la conversación cuesta que le escuchen.

 

-Don Abraham le dice a su compañero y familiar Carlos Ramírez, acordarme comprar dos esterillas, de esas que hacen allá por el Tablón del Guarco que son las mejores y duran más.

 

-Claro, pero me dijo Bartolo que "antier" compró una y ya le cobraron uno cincuenta.

 

Mientras pasaban estas y otras conversaciones que en su mayoría eran sobre agricultura, vacas y familia.  Papo continuaba manejando su casadora, que hasta el momento estaba respondiendo bien, aunque ya todos los cuarenta y dos asientos estaban ocupados y la carga sobrepasaba lo normal.  Tal vez ayudaba que el camino estaba en regular estado pues el invierno no había entrado con toda su fuerza.

 

-Toñito, Toñito

 

-Sí señora

 

-Podría abrir un poquito la ventana, ya hace calor; dice Amalia Duran

 

-Con mucho gusto

 

Don Abraham y Chano Ramírez, en un gesto que siguen algunos, levantan el sombrero para refrescarse la cabeza.

 

Don Abraham: Vale más que ya vamos a llegar, pues un viaje largo ya no lo aguanto, o será la gana de llegar que uno tiene.

 

Papo acelera, da un cambio de marcha para subir la última cuesta, la de Paso Ancho; son casi las ocho de la mañana a la izquierda se observa ya parte de la Villa de Paraíso, que se ha despejado de la tradicional bruma con que amanecen los días de mayo.  La casadora sube lentamente, las llantas montadas en sus aros de artillería, parecen que van "comiendo" piedra y tierra, un último esfuerzo hace que consigan el final de la cuesta, la del cruce de Cot y Tierra Blanca, desde ese lugar se ve la fondo la ciudad de Cartago, donde sobresale la roja cúpula de la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles.  En la mirada de todos se dibuja la ilusión y la alegría pues ya está cerca la Ciudad.

 

-        Si Dios quiere, ahora el primero de agosto vengo con los chiquillos a donde la Negrita, aunque sea cansadillo, a la negrita hay que visitarla en su fiesta y darle gracias.

 

-        Dichoso vos Carlos, le dice Raquel, yo no puedo, el asunto de las vacas no da para feridos ni domingos, tal vez en otra oportunidad, pero el dos no puedo.

 

En ese momento algo sucede e interrumpe las conversaciones y llama la atención de los pasajeros.  La casadora disminuye la velocidad y se detiene completamente frente a "la lechería La Ligia".

 

Papo: Vamos a llevar a esta señora. Pobrecita seguro la casadora de Tierra Blanca bajo llena y no la llevó

 

Chico: Suba doña Margarita

 

La señora: Gracias muchacho

 

Víctor Méndez: Siéntese aquí señora, poniéndose en pie y cuidando que no le majaran un dedo, pues como la mayoría en ese tiempo era descalzo.

 

Gilberto Obando: Por dicha ya vamos a llegar, mientras se corría para que doña Margarita se pudiera acomodar mejor.

 

La señora: Gracias, señor, es muy amable. Es que ya esta pancita no me deja ni moverme, gracias a Dios me queda poquito de embarazo.

 

La casadora continua su marcha cuesta abajo; pero algo sucede, la casadora toma cada vez más velocidad.  Papo preocupado mete el freno, nada..., no responde.

 

-        ¡Cuidado, Chico!  La casadera dio un fuerte brinco y Chico es arrojado de la casadera y queda atrás a un lado del camino.

 

-        ¡"La purísima nos acompañe"!  Rezaba Don Chano Ramírez.

 

Papo trata desesperadamente de dominar el vehículo y en un intento por evitar que se fuera ladera abajo, hace un violento giro a la derecha y pega fuertemente con el paderón, el fuerte impacto hace que la casadora se vuelque sobre su costado derecho, que resulta muy dañado; muchos de los asientos junto con sus ocupantes fueron arrancados violentamente.

 

Gritos, dolor, confusión.  Por la mente de todos los pasajeros pasaban fugazmente sus seres queridos, trabajos ..., su vida; ante aquel acontecimiento tan doloroso.

 

Aquellos que pudieron salir, contemplaron una escena dantesca que los marcaría para el resto de sus vidas; en medio de los hierros retorcidos y las tablas quebradas se observaba extendido y aún brincando el cuerpo sin cabeza de Antonio Cisneros.

 

Muy cerca de lo que fue la puerta estaba la última pasajera que abordó el bus cien metros antes, Doña Margarita, con sus manos en el vientre como protegiendo al angelito que llevaba en sus entrañas, y que nunca vio la luz del sol, pues ella murió de un fuerte golpe en su espalda.

 

Pablito Abarca sale por un costado acomodando su sombrero blanco, el que estaba manchado de sangre, se sienta para observar tristemente aquella escena, minutos después muere cuando era trasladado al hospital.  Otros pasajeros más afortunados tratan de mover, chatarra, javas, sacos, para prestar auxilio a los muchos heridos.

 

Don Abraham Duran, con lágrimas en sus ojos, recibe la noticia fatal, su hermana Amalia esta muerta, la gran cantidad de mercadería la aprisionó contra los asientos, sin brindarle ninguna posibilidad de escape.

 

Debajo de dos valijas se encontraba don Antonio Jiménez, fallecido y junto a él don Gilberto Obando con una factura en un brazo.  Don Nautilio Fernández un tanto desorientado busca a don Juan Gutiérrez quien venia sentado a su lado, le llama desesperadamente, pero este no responde, es un más de los que fallecieron esa fatídica mañana.

 

El olor de las verduras, el maíz, las gallinas se mezcla con el de la sangre que poco a poco extiende su manto rojo en la fatal curva de la Cuesta de la Chinchilla.

 

Minutos más tarde se logra escuchar el llanto quejumbroso de las ambulancias que subían de Cartago, para encontrar una escena que nadie quisiera recordar, la casadora destruida, múltiples heridos, y lo más doloroso siete cuerpos sin vida.  Se atienden los heridos y se trasladan al Hospital de Cartago; Don Beto Garita es trasladado al Hospital San Juan de Dios puesto que presentaba una grave herida en su cabeza, herida que lo mantuvo hospitalizado dando una dura batalla contra la muerte, afortunadamente logra vencerla y después de cuatro meses regresa a sus labores más queridas, la agricultura y el comercio.

 

En la pulpería de los Martínez, en Pacayas, se escucha alegremente la emisora "La Voz de la Víctor", de repente se interrumpe la programación y la voz quebrada del locutor, informa:

 

-        Esta es su emisora amiga "La Voz de la Víctor" para informales una infructuosa noticia; en la Cuesta de la Chinchilla camino a Pacayas y a Cot se produjo un mortal accidente, la casadora que prestaba servicio entre Capellades, Pacayas y Cartago, que era conducida por su propietario Carlos Brenes se estrelló y volcó aparatosamente, se reportan varias personas muertas y muchos heridos.  Las causas del accidente aún se desconocen.  Esta información fue suministrada por el servicio de telégrafo de Cot de Oreamuno.  Más adelante les estaremos informando, manténgase en nuestra síntoma...

 

Se hace el silencio, y minutos después se escuchan las suaves melodías de una canción.

 

Don Paco Martínez propietario de la pulpería y otros parroquianos que le acompañaban, entre ellos Abdenago Montero, jefe político, se sumen en un profundo silencio, sus rostros cansados y resecos por el sol de sus duras faenas del campo, fueron bañados por lágrimas, lágrimas que salieron de lo más profundo del alma.

 

-        Hay que hacer algo para saber más.

 

-        Si, vamos a organizamos y dar aviso a los familiares de los que viajaban, advierte Abdenago Montero.

 

Llanto, tristeza y en todos ellos una inevitable pregunta  ¿Pero como sucedió?, algunos especulaban pero nadie manejaba más información.

 

A Capellades también llega la noticia vía telégrafo; y a través de la radio fue escuchada en la Finca de Los Españoles, una de las pocas casas donde tenían aparato receptor.  Allí llegaron los vecinos comentando:

 

-        ¡Dios mío que tristeza!

 

-        Dicen que entre los fallecidos están Pablito Abarca y doña Amalia Duran.

 

-        Pero hay más, todavía no se sabe quienes son.

 

La angustia y el dolor es grande entre todos, mientras en la oficina de correos se recibe otro telegrama que rezaba: "Se comunica también el fallecimiento de don Carlos Ramírez y don Antonio Cisneros".

 

-        ¡Santo cielo!  ¿ qué sucedió?, se preguntaban todos

 

-        ¿Pero cómo puede ser?  Toñito y don Carlos, si yo los vi ayer dice Roberto Obando.

 

En la casa de don Víctor Méndez, al igual que en todas las casas de los otros pasajeros un aire de dolor e incertidumbre inunda sus paredes.

 

-        ¡Por amor a Dios no me oculten nada!  ¿que le pasó a Víctor, está vivo o muerto?

-        Tranquila, tranquila dicen que esta golpeadillo, pero bien, alentaba Cleto Cordero a doña Elvira la esposa de don Víctor Méndez, este último recién llegaba de los potreros del alto.

 

Otros daban gracias a Dios por no haber realizado el viaje ese día.

 

-        Por gracia de Dios, anoche no pude contar la platilla, ni hace la lista de la pulpería, para ir a hacer las compras, pues la lámpara se quedó sin canfín. Comentaba don Ramón Ramírez a su familia.

 

Mientras al frente pasaba Clara Casasola con una de sus hijas: "Con razón estos días atrás he estado escuchando el pollo de las animas".  Apresuraban el paso para llegar a la finca de los españoles, en busca de más noticias.  Doña Clara se dirige a la casa de Don Pablo Abarca, fallecido en la tragedia, para brindar su ayuda a la afligida familia.

 

Las campanas de la Iglesia entonaron su triste canto, y el día se tomó oscuro y de luto como testigos de la tragedia que golpeaba a estas humildes comunidades.

 

El funeral de Antonio Cisneros se celebró con los últimos destellos de la tarde y primeras sombras de la noche, se unía a la familia otro dolor, no poder velar su cuerpo, pues por las condiciones en las que falleció no se les permito despedirlo como es tradicional en nuestros pueblos.  Los otros fallecidos fueron sepultados el día siguiente, unos en Capellades y otros en Pacayas.

 

El lugar de la tragedia fue marcado con una rústica cruz, la cual dio paso años después a una piaña donde se colocó una placa en memoria de los fallecidos.

 

La mañana del tres de mayo del año mil novecientos cincuenta y uno, se grabó en las mentes y corazones de todos los pobladores de la zona norte de Cartago, y todos los días cuando las Cholitas vendedoras de flores de Cot de Oreamuno, realizaban su acostumbrado viaje a Cartago para vender sus flores, dejaban una a los pies de la placa, como homenaje póstumo a las víctimas de aquel fatídico accidente.

 

"Porque aquí en el campo el dolor de uno es el dolor de todos".

 

 

Fuentes de información consultadas:

 

1- El testimonio de las siguientes personas:

 

Señora María de los Ángeles Ramírez Cisneros

Señor Álvaro Rodríguez Ulloa

Señor: Julián Calvo Abarca

Señor Carlos Cordero Ramírez

Señor: Eduardo Cisneros Coto

 

Autor: Sebastián Várela

 

Revisión y levantado de texto: Licda: Alexandra Brenes Garita.