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Llano Grande de Cartago
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En el año de 1972 fui nombrado como Director de
la escuela de ese lugar.
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Lo llano de esa comunidad es la buena fe y
sinceridad de su gente y grande por su civismo, honradez y amor al trabajo. Visto desde esa perspectiva, el nombre de
este pueblo está bien puesto.
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El que me permitieran ayudarles para
su propio desarrollo, nuestras luchas para construir una nueva escuela y el haber
obtenido recursos para que los primeros graduandos y primeros estudiantes de
esta comunidad asistieran al Colegio Seráfico, fue una lucha en la que creo
haber salido bien gracias a su colaboración.
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En esa tierra de amigos trabajé cinco
años. Allí han crecido mis siete
ahijados. Tres décadas después, aún
sigo atado a esa comunidad que me enseñó el verdadero valor de la amistad.
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Me cuentan los octogenarios de Llano
Grande que en 1877 en los terrenos que tenía en ese pueblo el Padre Chavarría,
cayó una plaga de chapulines que amenazaba con pasar a los terrenos aledaños
y destruir por completo los cultivos en crecimiento. Los vecinos, ante esta amenaza, alarmados
fueron a Cartago y solicitaron el permiso al Cura de entonces, Presbítero Juan
Ramón Acuña y al Gobernador de la provincia Sr. Vicente Villavicencio, para
llevar solemnemente una imagen peregrina de la Reina de los Ángeles, para que
con su protección, la plaga de chapulines abandonara los terrenos y no
hiciera daño a la agricultura.
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Se organizó una comisión y llevaron a
la imagen en peregrinación por todos los sectores del pueblo. Se efectuó el milagro; los chapulines
desaparecieron y se salvaron los sembrados.
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En el mes de junio de 2005 que escribo
estos apuntes, se cumplen 128 años que los vecinos de Llano Grande han
celebrado sin interrupción, las romerías con la Virgen, visitando casas y
recorriendo todos los terrenos cultivados; la gratitud hacia la sagrada
imagen es firme y su fe se mantiene a través de las generaciones.
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En Barrio Los Ángeles de este
distrito, existe la piedra del milagro donde se ha construido un pequeño
santuario y se toma como el lugar donde la Virgen hizo el milagro de
desaparecer la plaga. Dentro del programa
de las romerías que elabora una comisión muy bien organizada, está la de
realizar en el santuario una solemne misa a la que asiste mucha gente de la
comunidad.
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Estas romerías por su organización y
por el fervor religioso que demuestran, son la mejor tradición de este
pueblo.
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Otro relato de sucesos acaecidos en
Llano Grande se refiere al 13 de febrero de 1944. en
esta fecha se escribió con sangre una página imborrable y dolorosa en la vida
de este pueblo. Era el día de las elecciones
nacionales en las que participaban Teodoro Picado y León Cortés.
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La votación transcurría con
normalidad. A las 11 de la mañana
llegó a este pueblo un camión cargado con gente rara. Eran camaradas que andaban votando de
pueblo en pueblo con cédulas falsas a favor del partido oficial. Abilio Aguilar Agente de Policía estaba a
la entrada de la escuela, se preguntó qué razones podrían existir para que
personas desconocidas llegaran a votar al pueblo. Les manifestó que de ninguna manera les
permitiría votar. La persona al mando
de ese grupo, le dijo que entregara su arma y que si no les permitía emitir
el voto lo harían preso; a lo que Abilio replicó que sólo con una orden de la
Gobernación entregaría su arma y se mantuvo firme. Mientras tanto, al ver aquella escena, la
gente se acercaba y manifestaba su indignación y su apoyo al Agente de
Policía; ante esa actitud valiente, los camaradas se retiraron.
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Dos horas después, llegó otro camión
con gente armada de rifles y crucetas preguntando por el Agente de
Policía. Abilio Aguilar erguido y
valeroso se hizo presente. El Mayor de
la tropa, rifle en mano, le dijo que debía darse preso y entregar las armas. El pueblo se aglomeró enfurecido y gritó a
una sola voz: -no las entregue, nosotros lo apoyamos-. Abilio fue reiterativo al manifestar que no
acataría nada sin la orden del Gobernador.
Ante esa actitud firme y valerosa, el Mayor se volvió a sus subalternos
y se retiraron.
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En horas de la tarde llegó otro
camión con gente debidamente armada al mando del Jefe del Resguardo y de
inmediato empezaron los disparos. Pero
la gente lejos de amedrentarse, arremetió contra los militares con palos y
piedras. En esta lucha tan desigual
donde hasta mujeres participaron, fueron heridos Abilio Aguilar, Rafael
Quirós, Heli Monje, Rafael Carvajal y Juan Bautista
Sanabria. Ofrendaron sus vidas Alberto
Guzmán Ruiz, José Mercedes Rivera e Ignacio Guzmán Ruiz, producto de las
balas asesinas de quienes protagonizaron tan negra página en la historia de
este país.
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Tiempo después, se levantó en Llano
Grande un monumento en memoria de estos valerosos campesinos. El monumento consiste en una piedra rústica
en la cual se colocaron tres placas de bronce que respectivamente dicen:
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"ALBERTO GUZMÁN
RUIZ
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IGNACIO GUZMÁN
RUIZ
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JOSÉ MERCEDES
RIVERA
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Enaltecieron a Costa Rica ofrendando
sus vidas por la pureza del sufragio.
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Este monumento inconcluso
materialmente simboliza la determinación inquebrantable del pueblo de
defender la democracia costarricense".
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La gesta de los campesinos de Llano
Grande no debe ser desconocida por los costarricenses. Su heroísmo no debe ser olvidado. Los cuerpos inertes de estos hombres
valerosos dibujados en el polvo, son un grito de libertad que vibra en el
espacio y en la historia de los tiempos.
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En 1963 Llano grande sufrió en forma
inclemente el efecto de la prolongada actividad de su cercano Volcán
Irazú. Las precipitaciones de arenosa
ceniza producto de grandes erupciones, dañaron los cultivos y cubrieron los
pastos que servían de alimento al ganado.
Fuertes retumbos estremecían el suelo y los destellos de las piedras
incandescentes que el volcán lanzaba a gran altura, desataron el pánico y
obligaron a una evacuación masiva de familias y ganados a otras regiones del
país impulsados además por una seria crisis económica producto del desastre
natural.
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El pueblo quedó en abandono; las
casas solitarias soportaron sobre sus techos la pesada carga de ceniza. Todo era desolación y ruina.
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Pasado lo más agudo de la terrible
crisis, los habitantes del pueblo en abandonó, volvieron a la tierra que les
vio nacer. Levantaron los machetes, las
azadas y la palas y empuñando el arado desafiaron la inclemencia. La tierra bañada de ceniza, al principio,
se portó hostil e hizo difícil ponerla de nuevo a producir. Pero al tiempo, esa ceniza incorporada al
suelo se convirtió en aliño enriqueciendo la fertilidad de los terrenos. El sudor del campesino humedeció el suelo
al trazar los surcos para depositar en ellos las semillas de las papas,
remolachas y cebollas. La tierra se
volvió sumisa y productiva y transformó en abundantes frutos las simientes. De nuevo florecieron los maizales y los
ricos cubaces.
Las lluvias lavaron los acostados tallos de grases, alfalfas, tréboles
y kikuyos.
Estos pastos dieron la bienvenida a los caballos, vacas, toros y
becerros. Los árboles se sacudieron al
estímulo del viento dejando caer la pesada carga que agobiaba su
follaje. Nuevos brotes reverdecieron y
el que fuera desolado paisaje, se tiñó con los variados colores de su flores. La
fresca brisa limpió el cielo de la erupción que lo empañaba para darle paso
al astro rey y una inundación de luz se produjo en las praderas.
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Las aves que habían emprendido
obligatoria migración volvieron a saludar a las flores con la caricia de su
beso que estas les devolvían con las mieles de sus cálices. Despertó la naturaleza con la campana del
jilguero que sonaba desde lo mas
alto de los añosos cedros. Caciques, yugüirros, pecho amarillos y
tucanes formaban un arco iris con sus plumas y pintaban de bellos colores la
mañana despejada. Sus cantos apagaron
el retumbo tenebroso del volcán, mientras que una fresca corriente de aire
limpiaba las caras empolvadas de las mujeres que barrían la ceniza de sus
casas y de los niños que jugaban en el patio.
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Todo era un canto a la vida; volver al
pueblo, cultivar de nuevo el solar, ordeñar la vaca, cargar sobre el lomo de
los caballos los productos de la milpa.
Pegar la carreta sarchiceña artísticamente
decorada a los bueyes enyugados y llenarla de chiverres en el terreno
cultivado. Estar de nuevo en su casa
que la actividad del Irazú dejó curtida y desplomada, ubicada en su parcela,
tan suya acogedora y bella. Así de las
cenizas volvió a nacer un pueblo.
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A pesar de todo esto, la superación
de los agricultores de este lugar no fue fácil; pesaba sobre ellos deudas
adquiridas producto de la financiación que recibieron para poner de nuevo sus
tierras producir.
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En la década de los años setentas, se
estableció en esta región la jardinería American Flower
con un cultivo intensivo de claveles debidamente tecnificado.
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Los pequeños agricultores y sus
mujeres, desde los años cuarentas cultivaban en los solares de sus casas
principalmente, calas y margaritas. Como trabajadores de la gran empresa
floricultora, conocieron el uso de los invernaderos y el cultivo tecnificado
de claveles. En los ochentas, el
sector productivo de flores tomó más auge; estos agricultores levantaron en
sus solares los invernaderos y empezó la producción de flores en gran escala,
que ha sido un factor de cambio y superación en ese bello distrito
cartaginés.
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Actualmente la calidad y variedad de
flores que se producen para el consumo nacional y para la exportación, pueden
competir en cualquier mercado. Las hay
de bellísimos colores y matices como gerberas,
claveles, rosas, alstromelias, lilium,
aster, gisofilias, boca
de dragón, girasoles, pomas, calas, etc. cubren una área considerable. De estas fértiles tierras; las mejores de
nuestro país para este cultivo.
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Llano Grande es un gran jardín con
casas; bajo los invernaderos, las flores casi ocultas vuelven la gleba
perfumada. Sus incomparables matices
le regalan al sol y al aire que les da vida, su delicado aroma y la belleza
de su colores.
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En 1954 me inicié en el trabajo
docente. Con la inspiración de
Gabriela Mistral y Omar Dengo, notables educadores quienes nos decían a
través de sus postulados que si el educador tiene vocación y ha dedicado su
vida a la más noble y bella tarea como formador de seres humanos, debe educar
siempre con la palabra, con el gesto y distinguirse por su pulcritud y
conducta ejemplar dentro y fuera del Centro Educativo. Había un postulado que señalaba que hogar y
escuela deben trabajar unidos para bien del niño y yo agregaría que para unas labor más exitosa del educador. Se nos pedía un número de visitas a los
hogares. Esto nos permitía combatir el
ausentismo, la deserción, conocer el nivel socioeconómico de las familias y
fortalecer los vínculos de amistad.
Este tipo de acciones me depararon amigos y colaboradores que fueron
de gran beneficio en la construcción de la nueva escuela en la que se destacó
Maximiliano Aguilar Lestón Presidente de la Junta
de Educación-. Su gran voluntad y
espíritu de servicio unido al de sus hermanos Carlos y Uriel, dueños del
centro social "El Tenampa" donde se realizaron
muchas actividades en beneficio de los alumnos.
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Después de muchas penurias para
conseguir las aulas, la construcción del edificio la iniciamos con solo un operario
que era maestro de obras, albañil y carpintero. El Prof. Carlos Monge y yo tratamos de ser
sus ayudantes.
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Marcial Guzmán era el encargado del
grupo de trabajadores de Defensa Civil que tenia actividades de reforestación
en el sector de Prusia muy cercano al Volcán Irazú. Viendo que la construcción de la escuela no
avanzaba, me sugirió que hablara con el Ing. Luis Paulino Murillo Director de
Defensa Civil, para que le permitiera Junto con su cuadrilla colaborar en la
construcción del Centro Educativo. Con
la anuencia del Sr. Murillo, Marcial y sus peones entre los que había gente
con habilidades en carpintería, albañilería y fontanería, nos dieron su
aporte. Con esa valiosa colaboración
se levantaron estructuras y paredes; un techo nuevo le robó el espacio a la
intemperie. Recorrimos las calles del
poblado juntando cuanta piedra había para los drenajes. Adrián Meza con su viejo camión, nos ayudó
en esta tarea.
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Como Arquitectura Escolar no suplía
pisos de mosaico, promovimos la donación de un metro cuadrado por
familia. La respuesta fue
excelente. Las personas más
acaudaladas como don Rafael Sanabria, hacían donaciones hasta de dieciséis
metros. Tocamos puertas y
corazones. Este trabajo lo hicimos los
domingos en compañía de Daniel Chacón a quien guardo gran estima y
reconocimiento.
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Los niños que recibieron clases en la
Casa Cural, el Centro de Nutrición y en otras salas prestadas por la
comunidad, ya tenían una escuela. Su
construcción había concluido. Se
abrieron sus puertas, los pisos lucían lustrosos, se corrieron las cortinas
de los ventanales y una invasión de luz dio claridad a los espacios. Floreros con rosas y claveles embellecían y
perfumaban los escritorios de las maestras que con las mejores sonrisas
expresaban su satisfacción por la comodidad con que ahora van a realizar su
trabajo. Y lo mejor fue ver centenas
de ojos perplejos que con miradas de asombro, quedaron atónitos al contemplar
su nueva casa.
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La sorpresa se transformo en bullicio
y alegría. Se marcaron muchas huellas
en los pisos; las mejores que he visto; las de los niños, razón de nuestro
trabajo y a quienes entregamos esa obra.
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Al terminar las actividades de ese día,
cuando todos se habían marchado, sentí la necesidad de quedarme solo para
contemplar de un extremo a otro, la nueva escuela que se erguía altiva, bella
y pulcra como una novia luciendo su mejores atavíos. Abracé uno de los horcones de su fuerte
estructura tratando de dejar impresa en él, la huella de mis manos. Lloré, recé, dando gracias a Dios por haber
hecho realidad un viejo sueño de los vecinos de ese lugar. Este abrazo a los horcones fue mi despedida
mientras se me estrujaba el corazón por el estorbo en la bolsa de mi camisa
de un telegrama que me decía que había sido nombrado como Director de una
escuela en Tres Ríos.
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Quedan algunas otras cosas que decir
de mi trabajo docente en Llano Grande que no es bueno mencionar por que son parte del cumplimiento del deber. Pero lo mejor de todo es que está vigente
la amistad de mis viejos colaboradores como Narciso Rivera y su señora,
padres de mis siete ahijados, José Porras quien era Delegado de la Guardia
Rural, Franco González el tinterillo del pueblo, doña Felicia Sanabria quien
siempre nos dio el servicio de una excelente comida y otro numeroso grupo de
personas que después de más de tres décadas escapan a mi memoria pero ocupan
un lugar especial en lo más alto de mi reconocimiento.
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Siento aún la calidez de aquellos
apretones de manos curtidas y callosas, manos ásperas, rudas y fuertes, pero
delicadas y suaves al cultivar y recoger sus flores, donde el aroma del ajo y
la cebolla se transforma en el perfume del clavel y de la rosa.
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Soy reiterativo al manifestar que en
Llano Grande más que la fertilidad de sus suelos, la frescura de su clima y
la belleza de sus flores, está la calidad de su gente. De estos queridos amigos y amigas que me
enseñaron el verdadero valor de la amistad.
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Eduardo Ramírez Cisneros
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