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Certamen

"Tradiciones Costarricenses"

2014

 

Zona Liberia

Vivencias Liberianas: Ayer y hoy en los barrios

Los Ángeles, Los Cerros, La Victoria y Condega

 

CATEGORÍA

POR LAS CALLES DE LIBERIA

SEGUNDO LUGAR

"Mi ciudad natal"

Seudónimo: Reseda

Autora: Sra. Mireya Hernández Faerron.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"Mi Ciudad Natal"

 

Tenía yo 11 años cuando conocí mi ciudad natal, Liberia.  Poco después de mi nacimiento mis padres habían ido a residir a Santa Cruz, nombrado papá, que era maestro normalista, Inspector de Escuelas del Circuito Santa Cruz-Nicoya.  Aunque se adaptaron rápidamente a lugar tan hospitalario, mi madre me enseñó a amar a Liberia, lugar de su crianza con los abuelos paternos.  Estaba en cuando en unas vacaciones escolares de medio período, me envió a la "Ciudad Blanca" a casa de sus amigos don Luis y doña Pacita Muñoz de Rivas, que tenían una gran familia.

El avión de la ENTA en el cual viajé desde Santa Cruz, por Fortuna para mí, al entrar por Llano Grande, atravesó la ciudad para aterrizar en la pista que se encontraba en las afueras, al noreste, donde hoy está el Barrio INVU., en mis recuerdos está la impresión que desde el aire me causó tan hermosa ciudad, tan simétrica, tan blanca, tan diferente a lo que yo conocía, Santa Cruz y Nicoya, pequeñas, con sus tierras coloradas y sus casas de "tablas", sin pintar, alegres cálidas y acogedoras.  Se decía que Liberia, era estirada y señorial.  La ciudad me pareció de gran tamaño, pero en realidad, era pequeña: desde el "portón de los Rocha" por el oeste cerca de los hoy Tribunales de Justicia, hasta el "Portón de la Carreta" en el Este, detrás de la Ermita de la Agonía y de la quebrada del Panteón por el norte (cementerio y "portón de Barrio Los Ángeles" donde se encuentra hoy el ICE), hasta el "Portón del Mocho" por el sur, más allá del Puente Real sobre el Río Liberia.  Aquel cuadrante era casi perfecto: sus calles y avenidas regulares, brillantes al sol y en las noches de luna por su formación de rocas volcánicas de su suelo (cuarcitas, micas...) era en verdad una "ciudad blanca".  Tenía casonas de bahareque, grandes y encaladas con tejas bermellas, una en cada esquina y una en el centro de cada cuadrante, con enormes patios a los que se entraba por la calle opuesta, con frente extensos, puertas y muchas ventanas de madera pintadas; las casas esquineras ostentaban originales puertas dobles "puertas del sol", que daban gran ventilación y luz; en sus patios habían sembrados árboles frutales grandes, de raíz profunda, como diversos tipos de mangos (piña, caribe, rosa, etc.) zapotes (zapotillos, sonzapotes, nísperos, mamey), anonas, guanábanas, tamarindos, aguacates... cuyas copas emergían contra los techos dándole un toque verde a la atractiva monotonía blanca de la ciudad.

Con mis nuevos amigos, los Rivas Muñoz, que me recibieron al llegar casi al mediodía, caminé por calles polvorientas hacia el centro, donde estaba la casa de la familia que me hospedaría; entonces la realidad mejoró para mí, tan solo pasar por las calles que con su brillo enceguecían mis ojos y aspirar deliciosos aromas de plantas de reseda, mirtos y almendros entre otros sembrados en las aceras para refrescar y dar sombra.  La casa de los Rivas Muñoz era una casa colonial típica: su enorme corredor interior y patio central barridos muy limpios dejaban correr el aire, y hacían agradable el ambiente; toda la familia se reunía allí para comer, conversar, atender las visitas, etc.  Me gustó que en el corto pero ancho zaguán de la puerta de entrada, estaba una mesa mediana de madera, con bateas, baldes, huacales y platos que tenían productos para vender: leche, cuajadas, limones agrios, plátanos verdes y maduros, "cuadrados", mangos, nísperos, zapotillos, etc., los cuales se anunciaban en una pizarra colocada en la pared exterior del frente de la casa y era una curiosidad para mí, que eso fuera una costumbre en Liberia; no era tan analítica para valorar la original "pizarra de don Elías" (Baldioceda), que ofrecía noticias locales y comentarios regionales y nacionales, a modo de periódico mural, así como críticas (algunas mordaces) a personas responsables en la política, la burocracia, el ámbito social, así que mantenía en jaque los excesos de la sociedad liberiana.  En las afueras de las casas con corredores, o en las aceras, ponían bancos o escaños de madera en tablillas de cedro o pochote, con espaldar: las familias se sentaban al atardecer y al pasar conocidos provocaban tertulias con todo clase de temas, de modo que todo el mundo sabía lo que pasaba en Liberia, tampoco estaba yo a esa edad en disposición de percibir la segregación social que imperaba entre las familias dominantes de Liberia (hacendados), sus sirvientes (sabaneros, peones, cocineras, etcétera) y obreros, pero sí existía esa división social.  No tuve la oportunidad de conocer las grandes haciendas que hicieron famosas las tradiciones de esta región, cantadas, puestas en poesía, narradas etc. por artistas nativos (de aquí y de la provincia en general) pero sí tuve la oportunidad y el disfrute de ir a la polca de la hija menor de la familia, de mi edad, con amigos y hermanos, a su preciosa finca (Las Delicias) y posteriormente a (La Chácara) de don Antonio Muñoz Rovira, ambas cerca de la ciudad.  Ya mayor supe que poblaciones de la vecina Nicaragua, Granada y León, fundadas por conquistadores españoles en el siglo XVI y Rivas en el XVII, se obligaban a seguir normas coloniales urbanísticas (plano ajedrezado) y de construcción (bahareque, adobe y tejas) imperantes en la España medieval, que fueron aplicados en el poblado de Guanacaste, aunque éste no fue fundado por ningún conquistador, pues fue un asentamiento de hacendados Nicaragüenses en tierras de la Alcaldía Mayor de Nicoya, y vecinos de ésta que convirtieron en criollas las costumbres coloniales.

Me sentía encantada caminando por aquellas calles, conociendo las grandes casas de familias amigas, los edificios como la Iglesia, la gobernación, el cuartel, el fortín, cercanos al parque con su bonito kiosco donde la banda de Liberia tocaba los recreos y la retreta; tenía alrededor en el cielo raso como un encaje de madera torneada que dicen obra del maestro alajuelense Ismael Umaña Rojas; don Carlos Manuel Zamora H., anota en su libro (2011: 12) que el 14 de febrero de 1936 la Banda Militar de Liberia, ejecuto allí por primera vez la canción "Luna Liberiana" del maestro Chu Bonilla, famosa nacional e internacionalmente.  Poco más allá, estaba la escuela Ascensión Esquivel, construida en 1904 para varones y para niñas, de bahareque y con madera de la hacienda Tempisque, que regalo su dueño, el español Federico Sobrado Carrera.  Una tapia dividía el patio central para separar la escuela de varones y la de niñas.  Las aulas del frente soportaban un segundo piso, exclusivo para la sección superior de la escuela elemental, allí en su fachada lucía un reloj importado de Alemania por el profesor Eduardo Arata, Director de la escuela de varones muchos años.  También por muchos años su tía Adelaida Arata fue la Directora de la escuela de niñas, con el hecho de haber sido la primer mujer liberiana formada como maestra en el colegio de las hermanas de Sión, fundado en Alajuela.

El maestro constructor fue el italiano Francisco Rossino Berloz, pero luego el reconocido arquitecto costarricense, José María Barrantes Monge, diseñó su remodelación y ampliación.

En la esquina noroeste de la Iglesia, se encontraba el fortín, guardián militar de la soberanía nacional por la frontera norte; tuvo gran movimiento en 1835 cuando tropas costarricenses rechazaron la invasión del militar Manuel Quijano contra el Presidente Braulio Carrillo, acción que le valió a la villa de Guanacaste, su rango de "ciudad"; asimismo escribió heroica gesta en acciones de 1856 ( Campaña Nacional) que lideraron el mismo presidente don Juanito Mora y sus generales, entre otros su hermano José Joaquín, su cuñado, el salvadoreño general José María Cañas y nuestro bagazeño al frente del para nosotros famoso Batallón de Moracia, don Tomás Guardia G. luego presidente de la República por más de una década, que nos legó una longeva constitución política liberal con la abolición de la pena de muerte a petición de su dignísima esposa.  Fue una lástima que aduciendo obsolescencia y pequeñez demolieran ese fortín (en su terreno hoy se encuentra el Banco de Costa Rica).  En las administraciones del Licenciado Ricardo Jiménez Oreamuno y don León Cortes Castro se construyó el hoy imponente edificio de la Nueva Comandancia de Plaza, el Cuartel estilo militar que diseño el ya citado arquitecto Barrantes Monge, y construyó en concreto armado el ingeniero Max Effinger, uno de los primeros ingenieros civiles del país (hoy albergará el museo de Guanacaste).

La Iglesia ocupaba todo el cuadrante este del parque (Mario Cañas Ruíz); se dice que hábil maestro picapedrero nicaragüense, Juan Chavarría, había labrado los bloques de piedra de su fachada, pero el resto eran paredes de bahareque altas forradas con láminas de zinc liso; un poco angosta y con un campanario pequeño que relatan como anécdota, que alojaba una campana que por error fue a parar a la recién creada república de Liberia, en África, pero era para la capital de la Provincia de Guanacaste, (totalmente desconocida).

Frente a su esquina sureste inaugurando la famosa "Calle Real" (en realidad parte del camino real colonial, que atravesaba el Virreinato de Nueva España), estaba la emblemática casona que por muchos años se ha conocido como de "La gobernación de la Provincia", era la casa de habitación de don José Cabezas Bonilla (comerciante) y doña Lupita Santos Aguirre, familia distinguida de la sociedad liberiana, que usaba loza traída de Europa con sus iniciales grabadas como otras familias.  También se dice que allí tenían lugar elegantes bailes de la alta sociedad liberiana, mientras en las calles cercanas a la luz de la luna, bailaba la servidumbre y el pueblo.  En 1910 (Administración Licenciado Cleto González Víquez) la compró el Estado para instalar la gobernación y don José Figueres Ferrer, la traspasó a la Municipalidad.  Data de mediados del Siglo XIX, construida quizá por el maestro de obras nicaragüense para casa de habitación del hacendado rivense Incialesio Maleaño y Midence.  Varias casas fueron construidas para habitación de los dueños de haciendas, que el historiador Licenciado Carlos Meléndez Chaverri, nos dice que llevaban el nombre de la hacienda como si ésta tuviese su casa de habitación en la "ciudad": en la esquina noroeste del parque se encontraba la casa de la "Hacienda Bejuco" que yo conocí como Hotel Rivas de doña Sofía Acuña de Guillén y frente a la esquina opuesta, suroeste la casa de la "Hacienda El Real", entonces habitación del Doctor Enrique Baltodano Briceño y su familia.  La mística y la abnegación de este Médico liberiano formado en Bélgica lo hacía recorrer aquellas calles a todas horas, visitar enfermos en sus casas y atender con gran dedicación en el Hospital, que se encontraba cien varas al oeste de su casa.  Por tan esenciales y reconocidas virtudes el Hospital de Liberia, hoy lleva su nombre.  Las casas de ambas haciendas eran típicas encaladas, de bahareque, tejas y madera en puertas y ventanas pintadas, con corredor al frente y con consecuentes escaños; también tenían amplio corredor interior y patio, pero no todas las casas ostentaban corredor externo; las casas de las haciendas "El Asientillo", San Jerónimo Y "Naranjo" sobre la Calle Real en la cuadra siguiente al sur de la Gobernación tenían solo corredor interno aledaño a su enorme patio con árboles frutales y galerones para los enseres de la hacienda y los animales que debían albergar.  Tales casonas reflejaban la capacidad económica de sus dueños, y expresaban la habilidad de artesanos nicaragüenses, algunas en sus fachadas con cornisas, puertas ventanas, cielos rasos con sus maderas talladas artísticamente.  Esta hermosa calle llegaba al Puente Real, camino al Portón del Mocho, a Bagaces, y al "interior" del país.

Al este de la casa de la Hacienda El Real, en la cuadra al sur del parque, se encontraba una emblemática casona con corredor al frente que visite muchas veces por pertenecer a la reconocida matrona liberiana doña Teodula Rovira de Muñoz y después de Zúñiga, madre de una gran familia, los Muñoz Rovira, (una de sus hijas me hospedaba) y del admirado cantautor Héctor Zúñiga Rovira, compositor de la nacionalmente conocida canción "Amor de Temporada", conocedor e intérprete auténtico de costumbres y tradiciones regionales como puede percibirse en obras como "El Burro e Chilo" "Allá en la Hacienda", "El Huellón de la Carreta", "La muerte del Sabanero", "Murciélago" entre otras cuya letra y música compuso, fue demolida tan histórica casona en la segunda mitad del siglo XX, como propiedad de la familia Montiel Héctor.

Al final de esa calle, hoy avenida 25 de JULIO, hay otro monumento que destaca a Liberia, la bella Ermita de Nuestro Señor de la Agonía que hoy es un museo religioso, patrimonio histórico, arquitectónico desde 1999.  Construido fuera del casco urbano a mediados del siglo XVIII, con estilo misión, se dice que por empeño de don Baltazar Baldioceda devoto de este Cristo.  Durante la campaña Nacional, estando en construcción, sirvió como cementerio durante la epidemia del cólera lo que dio origen algunas leyendas como la del "Padre sin Cabeza".  Todavía pueden leerse en algunos reclinatorios que se conservan de la época las inscripciones con los nombres de la familia de la sociedad liberiana, dueñas de tales reclinatorios.  Guardan algunas muestras de la imaginería española y guatemalteca entre otras que se conservan de la época colonial.

Los cuatro barrios iniciales de su casco urbano: LOS ANGELES, CONDEGA, LA VICTORIA, Y LOS CERROS, con sus avenidas y calles, sus sencillas casas encaladas con sus esquineras "puertas del sol", barrios resguardados por portones que ya mencioné, conferían belleza, originalidad, e identidad a mi ciudad natal, la "ciudad blanca" que su poeta vernacular Rodolfo Salazar Solórzano (Fito), cantaba con gran sentimiento y ternura:

 

 

"Mi ciudad es blanca,

Sencilla y risueña

con olor a monte

y a flor de reseda.

 

Con calles muy blancas

y cielo azulado

Poblado de estrellas

y trinos de pájaros.

 

Mi ciudad tan blanca

sencilla y risueña

Parece una moza

vestida de fiesta!"